CAPITULO III:
Aquella mañana la atmósfera amaneció espesa, todo tipo de animales desaparecieron de la vista humana. Algo decía que el día no trascurriría con la tranquilidad de siempre. A cada paso se podía ver que cada cosa deformaba su estructura como esperando un abatir inimaginable, aún así cada ignorante existencia seguía los patrones programados a su protocolo de vida.
Los niños, ancianos, mujeres y hombre caminaron hacia sus lugares guardados. Estos corrían en sus recreos, esos veían pasar sin mas los minutos restantes, estos otras buscando el sustento para sus propias vidas.
En pocos segundos el panorama cambio, de un de repente un ensordecedor ruido trajo ondas subterráneas que pusieron a bailar las altas murallas, las cosas perdieron su molde y caían al suelo como naipes en un juego no terminado. En todas direcciones era posible ver la desesperación de la población, gente corría a las plazas sin saber que hacer, se oían gritos, llantos, quejas e imploraciones. El caos dominaba los fragametados segundos que para cualquier podían parecer horas, días y siglos. El estruendo y estupor era tal que aquellos que inmóviles quedaron perdieron el recuerdo de sus propias vidas. Cada cual preocupado de su propia existencia olvidaba que algunos segundos antes convivía con un centenar se seres, muchos de ellos que quizás nunca volverían a ver. Ni Richter ni Mercalli alcanzaron asomar sus cabezas viéndose sobrepasados por la retorcida tierra. Surcos inmensos se abrieron en la tierra mostrando las entrañas desconocidas, ahí cayeron otras tantas vidas. Solo aquellos que pudieron encontrar refugio (si es que se puede llamar así el estar libre de toda estructura) fueron los que mas tarden contaron la historia.
Pasado unos minutos la tierra volvía a su natural quietud. Pero todo lo que sobre ella yacía equivalía a muerte y desolación. Los gestos de dolor continuaban. Cada cual buscaba a su cercano entre los escombros. La imagen de miles de cuerpos apilados sin alguien que los reconozca por estar ya solos en su lecho preparado hacia recordar la frágil y desarmada vida humana.
Luego de esto, todos los servicios conocidos por nosotros como básicos, desaparecieron de la faz de tierra conocida. Luz agua teléfono trasporte ya de nada servían. Solo las manos del hombre podrían volver a dar vida a este espacio casi deshabitado. Todas las cosas deformes solo servían para hacer fuego y calentar la oscura tarde del crepúsculo que comenzaba a trae el frió canto del viento.
La tierra había vuelto a cobrar algunas vidas para apagar con sangre los años de inútil doblamiento, de despreocupación, de abandono en que había quedado. Una lección que les duraría algunos años para volver a una conformación similar. Claro, eso si, con el recuerdo vivo de la desquite.
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